domingo, 30 de enero de 2022

Letras sobre la tristeza que no puede ser nombrada.

 Es más difícil reconocer lo que sí queremos y lo que sí necesitamos, lo que sí hemos hecho y lo que sí hemos aprendido que anclar en el terreno de la condescendencia. El autosabotaje no suele ser tan evidente, viene de mil colores, afectos, personas y deseos. 

Hablar abiertamente cuanto sentimos que el mundo se desmorona y no damos una, es un pasito que se siente diminuto pero al sumarlos entre sí, se vuelven grandes distancias recorridas hacia el autoconocimiento y el entendimiento de una misma; claro que eso no se percibe en el momento, la sensación que vivimos nos indica que entre más intentas moverte, más de hundes. Como gritar en el vacío, aquel en el que lo único que resuena y que vuelve a ti como respuesta es un eco retumbando una simple palabra: EXAGERADA.

El sonido del eco puede regresar a través de palabras o ausencias de personas concretas, personas que terminan transformándose en el vacío mismo, conductoras y amplificadoras del mensaje, del sabotaje a una misma. No es que ellas lo generen, porque por algo se llama auto-sabotaje, pero sí lo sostienen, de manera continua y eso es suficiente para que tenga un impacto en que no escuchemos nada más.  Falsas redes de apoyo, pero es muy cierto que así como se puede lograr la expansión del vacío, cuando las palabras que duelen son expresadas y recibidas con empatía y cuidado, la cosa cambia. Ese vacío comienza a volverse espejo, reflejo en el que las palabras y tristezas toman cuerpo y se vuelven palpables.

Entonces, la depresión tiene forma y existe, hay algo que es real y que se puede acompañar, tratar y que al ser nombrada, deja de ser una incertidumbre que alimente el sentimiento de estar exagerando, de no tener control ni consciencia de lo que una misma es, lo que una misma siente, lo que una misma está atravesando. Porque es un camino engañoso que nos hace mirarlo como sencillo, pero es sumamente doloroso, solitario y destructivo, parece sencillo en tanto nos muestra que no hay más opción mas que solo fluir en la incertidumbre y el remolino de preguntas, inquietudes, vivir en una ansiedad eterna que tan solo pesa y se acumula en el pecho. La duda de una misma, de lo que se siente, se alía con los complejos y el estigma alrededor de pensarnos débiles, enfermas o con alguna falla. 

Las redes de apoyo, las amigas, la familia, las compañeras de trabajo que escuchan la misma historia mil veces, contada de cien formas distintas con docenas de contradicciones, acompañan el sinsentido con lo más vital, la presencia. Éstas pueden marcar la diferencia en los procesos de sanación de los trastornos de salud mental como la depresión. 


En mi experiencia, ha sido una base importante contar con el espejo que mis redes representan, contar con espacios seguros para repetir una y mil veces que me estaba rompiendo, o de simplemente callar en el silencio sostenido de alguien que sabía que aún en la ausencia de mi voz, yo existía y estaba diciendo algo importante. Así cuando me sentí lista, pude mirarme y llevarme a espacios de apoyo profesional para contar con otro acompañamiento más, un tratamiento que pudiera potenciar el trabajo que por mucho tiempo, pensé que necesitaba cargar yo sola. Soy muy honesta al nombrarme privilegiada, aún en los momentos más cercanos al caos, hubo personas, amigas, que sin decir una sola palabra, me abrazaron. 

Hoy estoy aquí, sanando con sus altas que a veces son escasas y sus bajas que parecen mesetas eternas, pero rodeada de mucho amor y empatía en espacios diversos de mi vida, incluyendo de vez en cuando la relación conmigo misma. Estos espacios también, he de decir, que los he construido y elegido, y lo digo porque también se trata de honrar las decisiones que incluso estando atrapada en el eco del vacío y la tristeza, fui capaz de soltar vínculos que me enganchaban en el sinsentido y que alimentaban a los fantasmas del autosabotaje. No es fácil, no lo ha sido y no sé si lo será algún día, pero sé que hoy es un día más, que llevó un año y 25 días decidiendo estar, y por ello quiero hacerle saber a quien sea que lo necesite, que si en algún momento siente que si tristeza les dice locas, o existen amplificadores a su alrededor que acentúen la desconfianza en lo que están sintiendo, siempre cuentan conmigo para decirles que ustedes tienen razón y que la tristeza es real, no están locas y tampoco están solas en ésto.

Los prejuicios alrededor de los trastornos de salud mental pesan, el rechazo y el estigma que hay sobre la medicación psiquiátrica es como un ancla que te hunde en la negación de la existencia de algo más que la voluntad, cada día me recuerdo que soy también un cuerpo, materia, que puede tener deficiencias que no son malas, y que necesitar un complemento para que pueda estar bien, no es malo ni es algo de lo que deba avergonzarme. Estoy llendo hacia el camino de cuidarme, del bienestar, de quererme tanto como se pueda y aceptarme también cuando no pueda hacerlo. 

Falta camino, aún es algo que no puedo decir en voz alta para que todas a mi alrededor me escuchen, y sé que más que por mí, es también por esas personas que sé que como yo en un inicio y a ratos aún, tenemos preconcepciones de lo que implica hablar de la depresión, la ansiedad, el suicidio y la psiquiatría. No es su culpa, pero tampoco la mía, y decidir no hablar, aunque pesa de vez en cuando, por ahora es también cuidar de mis energía y saber qué procesos puedo sostener en este momento. 

sábado, 29 de enero de 2022

Matemáticas y vino

¿Cuántas veces he pasado por la misma escena? "Recurrente" se ha vuelto el adjetivo que describe mis emociones. Es verdad cuando dicen que las emociones no son estáticas, sino que se van transformando, ya sea con el tiempo, con las experiencias o con el transitar mismo de cada una. Pero como la luna, son fases que se repiten cada tanto, y aunque cada vez hago más intentos que me permitan entenderlas y recibirlas de una manera distinta, el cambio de temporada me sigue templando; siempre termino desprevenida para su visita recurrente.

Quizás sería más útil si lograra asimilar la tristeza cuando me siento triste y no cuando ya es una aparente lección aprendida.  Sin embargo es más fácil mirar el camino cuando pasa la tormenta y la tierra está seca y firme; no importa qué tan memorizado se tenga el sendero, al final el frío y los pasos que se hunden en el lodo están acompañados de la incertidumbre de si será posible llegar o transitarlo sin percances de vida o muerte.


Ocurre, en los días buenos, que mi cuerpa se llena de energía, una energía que me inspira me motiva y me llena, me inflama cada poro de la piel hasta el punto de querer compartirla, de que no se quede solo en mí, de que se expanda, que crezca. Pero esos episodios son tan revitalizantes como efímeros, es verdad que cada vez es un acto más consciente el estar ahí, moverme desde el placer, comer desde el goce, amar desde el bienestar y existir desde la presencia; sin embargo, he de admitir que eso también hace que sea más evidente la brevedad de su permanencia y lo ajena que aún parece conforme se va consumiendo.  


Quisiera poder retratarme con la misma facilidad con la que lo hago en los momentos de menor calidez, pero no puedo, intentarlo es como obligarme a mirar el infinito y tratar de describirlo en palabras. ¿Tan inefable puede ser lo que se vuelve una sensación? ¡La desgracia de quienes vivimos de palabras!, y es que ¿Cuánto logra traducir la empatía? No sé si alcanza, no sé si me es suficiente.


Ilustración de Filippa Edghill
Ocurre que cuando el sol llena e inflama los poros de mi piel, en mi mente quisiera resolver tantas cosas, planes, compartir en todo momento con las demás, de hacer palpable, visible, la sensación de permanencia en un espacio seguro, pero es ese mismo afán de compartir lo que me cansa, lo que me drena, lo que me regresa una corriente helada de consciencia, de la codependencia que eso puede conllevar, de la necesidad agobiante de saberme lejos de la soledad.


Creo que ese ha sido siempre el tema, ¿no? Todo este tiempo he sentido que camino en círculos, pero ahora que lo pienso, me hace más sentido pensar mis pasos como una hipérbola de emociones y presencias que nunca terminan de tocarse unas con otras, justo cuando estoy avanzando, lejos del punto muerto de estancamiento, saltan los límites de mi propia existencia y de la existencia independiente de las demás personas, y entonces vuelvo con la misma fuerza intempestiva, en reversa y sin poder mirar por el retrovisor, a las muchas sensaciones de fatalidad, de vacío, en donde soy consciente de que están lejos y que somos dos parábolas que nunca, por más cerca que estemos, podremos cruzarnos.


En mi vida nunca pensé que las matemáticas podrían ayudarme a entender esta sensación de aislamiento constante, y sin embargo aquí estoy, buscando información sobre las fórmulas para identificar la lógica en la que vivo. Y aunque en realidad me parece maravillosa la lógica de dos entidades que pueden estar tan cerca y tan lejos la una de la otra, sin limitarse más que por el espacio auto determinado de quiénes son; a la luz de las emociones actuales también hace que me sienta muy ajena y aislada, como si coincidir y cruzarme en el plano con alguien, de poder tocarnos y ser una por un momento que nos permita por una vez sentirnos inmensas en un todo, sea imposible. Es como si fuera una condena y a la vez, también una maravilla.


Ya no sé si son las copas de vino, pero es que la hipérbola es el modelo matemático perfecto para mirarnos más allá de las idealizaciones románticas de la dependencia. Para mí, son la representación matemática de poder acompañar sin perderse a sí misma, tan cerca que casi te toque, pero con la distancia suficiente de no dejar de ser quién eres ni de perder el camino, aunque eso implique que en algún punto habrá distancias mayores que enfrentar.


 Así es como en un intento por tratar de decir que me cuesta trabajo escribir en mis momentos de mayor estabilidad emocional, las incoherencias brotan en forma de modelos matemáticos que posiblemente ni siquiera estén siendo interpretados de manera correcta. Mi mente, acompañada del olor de la uva semiamarga del vino y la luz de mis luces de navidad permaneciendo a propósito en la sala, terminó escribiendo sobre un descubrimiento personal y un deseo de resignificación de la distancia.