El silencio es duro
Me cuesta trabajo sostenerlo cuando en mi cabeza todo el tiempo conviven dos cosas contradictorias, que la gente tiene cosas más importantes, una vida sucediendo y la otra es que no soy una persona agradable para convivir o querer, que ya se cansaron de mi.
El silencio me rebasa, y aunque la lógica apunta a un razonamiento sencillo, en el cuerpo me atraviesa la sensación de la desolación más dura e irreconciliable que he sentido.
No sé ni siquiera cómo reaccionar, me paraliza el miedo, la angustia y la incertidumbre. Me vuelvo torpe y aspera.
Hay momentos en donde intento ser quien era, por segundos fugaces funciona, funcional, pero termina siendo pasajero y el mensaje de mis intentos confunde y lastima a quienes más quiero, a quienes quiero tener más cerca en estos días de bruma.
Ya no sé pedir perdón, por ser esta persona que estoy habitando. Me desconozco y, a la vez, me temo que la historia se vuelve a repetir. Demasiado qué soportar, soy demasiado.
A la deriva, de nuevo, si me suelto, simplemente deseo ya no regresar.