domingo, 20 de abril de 2014

Para conocerse hay que soñar...


Yo sueño con el éxito, con mi familia, con mis amigos, con las personas importantes, sin embargo, también tengo sueños a los que solemos llamar pesadillas. En ellas aparecen también todas esas personas, incluso el éxito puede estar ahí presente y causarme temor. 
A lo largo de la vida vamos aprendiendo, poco a poco, a manejar nuestros deseos de tal manera, que los mandamos en ocasiones a lo más profundo de nuestro ser. Los sueños son representaciones de esos anhelos enterrados que luchan por hacerse notar, acompañados de los momentos que nos han marcado de manera positiva; las pesadillas son los temores que los deseos conllevan, anudados también a todas esas experiencias que nos han causado temor y tristeza.
¿Para qué son los sueños?
Yo sueño con alcanzar mis metas, alcanzarlas teniendo a mis personas favoritas y queridas cerca, o por lo menos, tenerlas dentro de mi vida aunque sea a la distancia. Mis sueños tienen una raíz, que como ya dije, son mis deseos.
Me parece que estos sueños están ahí por una única razón, invitarme a luchar y conseguirlos. Muchos se refieren a los sueños como algo inalcanzable, algo imposible ¿No será que se nos está mostrando lo felices que seremos al alcanzar esa meta? ¿No será que nos están diciendo que sí es posible, que nuestros seres queridos serán siempre eso a pesar de las circunstancias? Bien, querido lector, podrás estar o no conmigo, podrás incluso pensar que si los sueños son todo esto que te estoy diciendo, las pesadillas deberán ser algo parecido entonces. Sí, para mí las pesadillas son bastante peculiares, en ellas puedo encontrar mis debilidades; sé que aquello que me despierta nerviosa, asustada y preocupada a mitad de la noche, es algo que vale mucho para mí y que probablemente debiera cuidar más; ya sea mi familia, mis amigos, mi propia persona o alguna situación particular. Las pesadillas nos muestran cuánto pueden valer para nosotros todas estas cosas, si no por qué nos alteraríamos tanto.
Puede que con el tiempo, mis respuestas pierdan sentido, e incluso puede que yo misma las descalifique con una nueva mejor planteada, sin embargo, hoy pienso que así es ésto y ya. Cada quien puede tener y formular sus propias opiniones, de eso se trata todo, para qué estar aquí si no vamos a preguntar, contestar, errar y tener éxito. Sería como pasar un videojuego con claves, no tendría el mismo grado de emoción y satisfacción terminarlo. En fin, volviendo al tema, me parece que deberíamos darle más valor a los sueños y a las pesadillas, valorarlos personalmente, sin caer en las supersticiones de algunas interpretaciones que son ya incluso, parte de un imaginario social. Los sueños y las pesadillas deberían invitarnos a la reflexión interna, porque si bien he hablado de lo bueno de los sueños, en ellos podemos encontrar también sentimientos reprimidos, los cuales a veces no están ahí para facilitarnos las cosas. 
Al hacer estas cosas que parecen poca cosa, aprenderemos más sobre nosotras mismas, los sentimientos que guardamos, nuestros anhelos, quiénes somos en realidad. A veces es difícil aceptar lo que no podemos ver en el espejo del otro, lo que sus palabras nos reflejan, normalmente engañamos a nuestra razón creyendo amigas a las que nos dicen lo que queremos oír y enemigas a las que nos juzgan por lo que evitamos aceptar. En el momento justo en que aprendamos a diferenciar el reflejo turbio de las aguas cercanas, al reflejo claro y sincero de las aguas más salvajes, entenderemos que somos lo que hemos repetido constantemente que no somos. ¿Es duro? Sí, lo es, pero tan sólo imagina la libertad de darte cuenta que en vez de aparentar, puedes comenzar a trabajar sobre ello. No quiero sonar como un libro de superación personal, pero creo que en los sueños, en los terrores nocturnos, en las pesadillas más temibles, estamos nosotros en nuestro estado más puro y real. 
Cuando hayamos aprendido a reconocernos en nuestro propio espejo y a manejar la imagen que los mares enemigos y aliados nos regresen, podremos entonces avanzar con una claridad sincera y luminosa, una sin pantallas que cubran la luz que emitimos, sin difuminarnos, sin aparentar opacidad. Valoremos lo que somos, lo bueno y lo malo, aceptemos nuestra humanidad y sigamos avanzando, soñando y temiendo porque sólo así lograremos alcanzar una felicidad, que si bien será siempre parcial, podremos tener pequeños infinitos de felicidad en cada estrella alcanzada.