domingo, 15 de febrero de 2015

Sinfonía.

A veces hace falta cerrar los ojos, no bastan los párpados. Quisiera convertirme en el dulce viento que acompaña una melodía de piano, con sus notas ligeras y a veces tristonas, siempre dulces.
Quiero cerrar los ojos, dejar a la mente volar entre fantasías que alcanzan los deseos más profundos, que se arraigan en el fondo de mi ser más puro. Cierro los ojos como mecanismo de defensa antes esta realidad tan contradictoria y compleja.
Sí, me gusta adentrarme en utopías, no me agrada la realidad que me abrasa cual fuego.
Me pierdo en sus notas, puedo escuchar el roce de sus dedos con las teclas del piano negro frente al ventanal de la sala, su silencio cargado de significados ocultos en él; una concentración cuyo resultado transmite emociones indescriptibles ante la lengua tan pobre que solo sabe emitir palabras, acciones y adjetivos.

La calma, ¡Oh, dulce calma! Bienvenida eres en momentos de angustia, en donde me es difícil encontrarme en su mirada, ni siquiera el espejo del agua puede afinar mi propia imagen.
Sólo tú ¡Oh dulce música! Llegas a mis sentidos por más de una vía, no es sólo el oído al que seduces. Los aromas de la suave pradera llegan, con el aroma de la cálida madera de los árboles altos y frondosos, de ese sol que quema como un abrazo en invierno; vienes acompañada de las imágenes que proyectan tus aromas, tus sonidos, tus notas. Siento el temor, siento, ¡Oh musa de mil tonos! Siento la tristeza de la soledad que nos rodea, somos compañeras asiladas en un singular entendimiento.
La ansiedad me hace presa de los nervios, no puedo parar de pensar, las imágenes se tornan borrones, los aromas se pierden en una mezcla indescifrable; pero siempre estás tú, dulce sonido, con un tono para cada momento. Siempre continuo, siempre presente; llenas el silencio con tus pausas que me permiten pensar para mí.
Ahí viene de nuevo, la cadencia suave y transparente, no sé si he perdido la razón pero es maravilloso poder escucharte, entender tus ritmos. Tu lentitud y tus sobresaltos tienen siempre sus motivos.
¡Para ya! Eres insensata con mi memoria, traes cual relato sus palabras a mis oídos, sus miradas a mi cuerpo que se tensa al recordarlas tan frías e indiferentes. ¡Bastarda! Te creía amiga y resultaste hermana. Me conoces más de lo que pensaba, atravesaste la línea de la tolerancia, ¡Deja de mirarme! Me acusan tus notas que con tiempos diversos, mixtos, me devuelven lo que soy.  ¡Apiádate de mí! Deja de seguirme, quiero volver a mi sala, a mi pradera tranquila que me recuerda mi falsa identidad, utopía fabricada en tus entrañas.
Estoy exhausta, mi cuerpo yergue inmóvil mientras sigue la rutina diaria. Entonces vuelve como antes, me extiendes tu mano y entonces me despiertas de mi letargo de realidad ¡Volviste! ¡No me abandones de nuevo, te lo ruego! La tensión, tan sarcástica, burlona, me ataca y me hiere al reflejarme con desprecio que no soy lo que creo. Sólo tú buena amiga, vuelves a mí y me cobijas bajo el velo de tu fantasía, que como alivio a mis temores, me permites seguir danzando entre las flores y las nubes. No, no diré que se ha ido, ella sigue aquí conmigo pero es ahora como una parte de mi niña pequeña que tengo que aprender a consolar. Ella tiene miedo, y la tristeza le azota como viento de otoño. Es la realidad que le apremia a crecer.

¡Pequeña niña, deja de llorar! Estará aquí para ti.

Evitas a toda costa su nombre, porque ni siquiera sabes si es el correcto. Lo único que sabes es la mezcla de emociones que causa en ti, que germina cual semilla fértil en el campo. Quisieras saber, poder conocerle, pero estás tan confundida y eres tan pequeña que apenas y logras mirarle el rostro.  ¡Hay amor, es sólo una niña! Eres mi diminutivo, contrólate, te lo pido.
Antes de que la penumbra se cierna sobre nosotras, una sola, llega el sonido que tiempo a tiempo, va incrementando su volumen. Sus notas nos ofrecen su mano ligera, pues nos ve al borde del conocimiento, de la desdicha del saber y la afronta entre tú y yo. 

Ahora volvemos y me encuentro de nuevo siendo la yo de esa musa. El temor, aquel que tu vulnerabilidad me causaba, se ha evaporado y vuelvo a bailar sobre el pasto que hace cosquillas a mis pies, y que a propósito de esto, ha devuelto la risa infantil a mi boca.