lunes, 6 de febrero de 2023

Habitarme desde mí misma.

 A diferencia de otros años nuevos, este empezó diferente, sin propósitos claros y con muchas preguntas con respuestas poco claras. Poco a poco conforme el tiempo ha pasado, hay cosas que se han ido acomodando de a poquito; no con magia, sino como resultado también de acciones y muchas reflexión conmigo misma. 

En mi espacio de terapia hice un ejercicio interesante que me ha ayudado a tener una brújula que, poquito a poquito, me va dando orientación de hacia donde quiero ir y cuál es mi objetivo/propósito, dejar de obligarme a usar el norte como mi punto de referencia para orientarme. Para poder saber a dónde voy, he necesitado aprender a leerme y saber qué quiero, pero para poder saber qué quiero, necesito también darle lugar a quien soy y lo que necesito de una manera honesta y, sobre todo, compasiva. 


Mi brújula está guiada en estos momentos por sensaciones  que responden a la siguiente pregunta: ¿Cómo me quiero sentir respecto a: (inserte un espacio de mi vida, puede ser la relación conmigo misma, el trabajo, la familia, mis vínculos, en lo económico, etc)?  De esta manera lo importante dejará de ser el camino, sino más bien lo que me hace sentir cada paso que voy dando. 


Puede parecer poca cosa, pero a mí me ha cambiado mucho mi lectura del mapa, ahora mis decisiones y mis acciones tienen la posibilidad de ser sumamente flexibles, amplias y diversas. El mundo se siente un poquito más ligero en estos días.


Creemos que tener herramientas implica ser más efectivas y tener menos errores. El feminismo me permitió ponerme las famosas gafas violetas; a partir del momento en el que eso nos ocurre, se comienzan a mirar muchos defectos en el sistema, afuera en el mundo, en las otras personas, y lamentablemente nos convertimos gradualmente en verdugas de la realidad, de las otras personas y de una misma. Poco a poco una le va metiendo más graduación a esos lentes, sumándole grados a través de las interseccionalidades y las experiencias, las reflexiones. Pronto la vida comienza a pesar mucho al mirar y sentir tantas injusticias alrededor de nosotras, cosas que no son lo que deberían ser y lo peor, que no podemos cambiar aunque -literal- nos quememos en el intento (muchas veces abrasando a las demás). 


Soy una mujer neurodivergente y gorda. Soy muchas otras cosas más, identidades todas diversas que me conforman y me hacen ser yo, tan única y tan similar a otras personas al mismo tiempo, sin embargo rescato éstas porque en este año que terminó fueron no solo parte de mí, sino también representaron en su máximo esplendor las causas mayores de mi quiebre. 


Desde hace dos años vivo con un diagnóstico formal de depresión y ansiedad, y me di cuenta que llevo viviendo con ellos desde hace muchísimo tiempo sin entender el por qué muchas cosas se sentían de la forma en que lo hacían. Fisicamente mi cuerpo atraviesa un trastorno depresivo mayor, además de temas metabólicos que inciden al mismo tiempo en mi salud mental, como una banda de moebius. La depresión el año pasado me mantuvo en un lugar muy bajo, sin ganas de existir mucho más en este mundo. Mis amigas fueron mi ancla más fuerte en ese periodo en el que no había mucho qué hacer más que solo dejarme sostener para no hundirme por completo. 


El acompañamiento médico y encontrar espacios éticos para acompañarme con tratamientos integrales ha sido un pilar esencial en estos meses recientes. Soy una mujer neurodivergente y gorda, esto es algo que he sido desde hace mucho tiempo viviendo de manera muy real, muy cercana y con muchas consecuencias, lo que implica serlo en un sistema patriarcal y gordofóbico. 


La relación con mi cuerpo difícilmente podría siquiera catalogarse de regular, el mundo me ha enseñado lo mal que está mi cuerpo y lo mucho que debería hacer para ocupar el menor espacio posible, por gorda y por ser mujer.  Siempre hubo culpa, aprendida y señalada, de todo el malestar que sentía. Recientemente cuando comencé a tener acercamientos con espacios de salud, fui recibiendo diagnósticos que me ayudaron a entender por qué me sentía de la forma en que lo hacía, pero no fue nada fácil. Primero me diagnosticaron Síndrome de Ovario Poliquístico oka SOP, y durante años me dijeron que la causa de ello era que estaba gorda, que la solución estaba puesta en mi, la solución era dejar de ser gorda, ser disciplinada y tener autocontrol, dejar de hacer todo lo que “las personas gordas hacen”. Lo intenté, desde los 9 años hacía dietas, me pesaba y hacía ejercicio, nunca ha sido suficiente. 


Luego vino el golpe fuerte, Hipertensión, la enfermedad de los gordos, que comen pura grasa, no se mueven y que se van a morir pronto, en cualquier momento. Igual no estaba todo perdido, la solución estaba en mí, bajar de peso. Tomar medicamentos, dos pastillas diarias, en la mañana y en la tarde, pastillas amargas que te dejan un sabor de boca durante varias horas porque se deshacen muy rápido, pastillas amargas que son un recordatorio constante de la irresponsabilidad de haber llegado a esto, de someter a mi cuerpo a vivir con este mal. Quien más sino yo sería la responsable de enfermarme y posiblemente de mi propia muerte. Tuve redes de apoyo, mis amigas, mi mamá, mi trabajo, que estuvieron ahí con sus herramientas para acompañar lo mejor posible, desde ese sesgo que el sistema gordofóbico nos pone a todas. 


Luego de mucho tiempo, intentos y decaída fui encontrando médicas maravillosas, mi ginecóloga, mi psicóloga y mi psiquiatra. Ellas me enseñaron lo que el sistema gordofóbico nos hace y me ayudaron a ajustar los grados que mis gafas han ido aumentando sin enfocarse lo suficiente para realmente permitirme ver con más claridad. La brújula que me ayudaron a construir, poniendo mi cuerpo y mi mente al centro, me ha servido como guía para entenderme y tener claridad, una poca más, sobre qué quiero para mi este año. 


Desde mi quehacer como activista, en el trabajo, he facilitado muchas veces talleres sobre el plan de vida y el cuidado. Aprendí y expliqué la rueda de los diferentes espacios que conforman nuestras vidas y las diferentes actividades que podemos hacer para nutrir cada una, la importancia del balance. Sin embargo ahora me he dado cuenta que nos obligamos a tener un falso equilibrio que más allá de llevarnos hacia el bienestar, no convierte en nuestras propias fiscales que vigilan el cumplimiento de cada actividad en aras de una construcción social bastante esencialista, se vuelve un check list tirano, sinsentido y que ahora responde a un esencialismo que me deja fuera de lo propio, de lo que necesito y quiero hacer. 


¿Qué pasa cuando la búsqueda de bienestar se vuelve mi policía interno? ¿Puedo seguir llamándolo bienestar? Qué pasa cuando nuestros lentes violetas e intersecciones pierden conexión con lo más terrenal que es la experiencia y el sentido de la autopercepción, del reconocimiento de una misma y se enfocan en observar “el objetivo” dejando de lado el camino. Las herramientas se vuelven fiscalizadoras, comenzamos a idealizarlas hasta volverlas otro sistema que sigue funcionando para la opresión.


Toda mi vida como mujer gorda, mi relación con mi cuerpo, el ejercicio y la comida ha sido una mierda. Porque el ejercicio y la comida eran la fuente principal de todo mi mal, ya fuera porque no era suficientemente bueno, era demasiado o porque no existía. De una u otra manera, ejercicio y comida eran responsables de mi cuerpo que estaba mal. 


La vida fit, esa tan valorada en esta sociedad gordofóbica, es valiosa porque combate a las personas como yo, a las gordas, porque la vida fit no es la vida fat. La vida fitness tiene sus reglas muy claras. Decidir hacer ejercicio y elegir una alimentación determinada en este mundo implica entrarle a ese juego que está controlado por esas reglas gordofóbicas, ese sistema.  La vida fitness es la vida que me llevó a odiar mi cuerpo y desconectarme de mis necesidades más básicas que es la alimentación, además de que eso condujo a un aislamiento, a prácticas de riesgo y a un claro deterioro de mi salud mental.  Ser fitness es ser todo contrario a lo que ser gorda en este sistema representa, básicamente es el camino hacia dejar ser una. 


Este año decidí meterme al gimnasio, lo pensé muchísimo y ha sido tema de mi terapia en estas últimas semanas. Los ajustes a mi brújula con mi terapeuta ha implicado revisitar mis propósitos de año nuevo, esos que año con año se renovavan con nombres nuevos pero mismos resultado. Regresar a mi historia, a mis diagnósticos, mi cuerpo me obligó a preguntarme si el gimnasio sería una buena decisión o si me llevaría en picada a seguir alimentando el odio hacia el cuerpo que habito y tener prácticas de riesgo. 


Ahora, después de sentarme para contestar a la pregunta de cómo me quiero sentir en cada espacio de mi vida, la decisión ha sido más sencilla, y me ha estado enseñando el significado de la compasión conmigo. Entré al gimnasio porque quiero sentirme fuerte, con energía y moverme, sentir que mi cuerpo, sea como sea, luzca como luzca, es fuerte y resistente, no porque quiera bajar de peso o pretenda reconocerlo como la única vía que cumple con lo necesario para buscar bienestar. 


Hay días en los que me he cachado sintiéndome culpable por haber comido las cosas que me gustan, porque no van acorde con lo que en este sistema representa asistir al gimnasio y, lo más fuerte, es porque me preocupa que afecte la posibilidad de favorecer cambios en mi cuerpo; y luego cuando esos miedos se vuelven conscientes, me embarga la culpa de seguir teniendo esos pensamientos o deseos. Me siento traidora de mi propio proceso de deconstrucción por estar jugándo en el mismo sistema. Traidora de mí, de mi lucha, de mis vínculos, de mis amigas que viven esta misma opresión y con las que he compartido en repetidas veces los impactos que ha tenido en nuestro existir. 


Aquí es en donde las herramientas, esas gafas violetas e interseccionales, suelen volverse mis verdugas, desde el juicio y la culpa, me invalidan y me reprochan. El objetivo ya no es caminar hacia cómo me quiero sentir, sino volverme la representación misma del bienestar; verbos que se terminan convirtiendo en etiquetas caricaturizadas de nosotras, personajes. No es suficiente tener herramientas si no se ejercita la compasión hacia una misma para abrazarse y reconocer todo lo que nos habita, validarlo para luego resignificarlo y seguir, se tiene que tener presente la brújula del sentir, pero también la conciencia de las fuerzas magnéticas que insisten en marcanos un norte hegemónico. Sé que para muchas personas desde afuera puede ser una lectura diferente, y para quienes están cuestionando la vida fit por todo lo que implica, las fibras incluso que puede tocar la decisión de otra persona para realizar lo que la gordofobia invadió. 


Sin embargo hoy sé que mi radicalidad está en no entrarle al juego del binarismo, o eres fit o eres fat, es en escucharme a mí y lo que mis decisiones me están haciendo sentir, aún a costa de las miradas que buscan interpretarme y explicarme lo que estoy haciendo. Para mí la decisión de acudir un día al gimnasio, es sinónimo de levantarme de mi cama, no pensar en morir, saberme fuerte y valiosa, tener ganas de hacer algo, literal significa vida frente a un año en donde la depresión me orilló a sentirme como una autómata presa de una rutina que pesaba pero me mantenía apenas a flote; tomarme un jugo en la mañana es sinónimo de iniciar el día con algo en el estómago en vez de continuar con una cadena de días en donde nada había entrado en él, a padecer anemia y ayudar a que la resistencia a la insulina empeorara. 


Hay quienes reducen las decisiones que tomamos desde su lectura, cuando no se nos escucha antes dejar que las conjeturas nos habiten.  No quiere decir que la lectura es inválida, pero es una que responde a un sesgo acrecentado por la sordera y la mirada sesgada que el sistema nos da para asignar significados. Hay quienes me han dicho que ahora llevo una vida muy “fitness”  y afortunadamente no es así, pero cada que les escucho decirlo con ese desdén que acompaña el desconocimiento de mis batallas y los significados que tienen en mi vida, es abonar a que me sienta anclada a un propósito que no es el mío, que yo misma juzgue con desapobación lo que mi experiencia y mi propia sabidura me están diciendo que es un logro que me matiene viva y gozosa.


Mi brújula apunta a que por ahora, estoy siguiendo un camino que me permite alcanzar la respuesta a cómo quiero sentirme, me encuentro siendo resistencia, transgrediendo cínicamente y tergiversando las herramientas del sistema que me oprime para transformarlo a favor de mi propio bienestar.  Así que sí, estoy llendo al gimnasio, tomando jugo verde por las mañanas, logrando tomarme mis medicamentos de manera sostenida, durmiendo de corrido, teniendo energía y claridad, ganas de hacer cosas, confianza, permitiéndome comer lo que se me antoja, diciendo cómo me siento, demostrando mis enojos e incomodidades, poniendo límites, haciendo planes para los siguientes meses.