jueves, 14 de septiembre de 2017

Le he matado.

Hoy he asesinado a alguien, no he dormido sin alterar mi sueño por ello. En mis manos corre la sangre de aquella pobre víctima que tuvo que perecer ante mis ojos, en mi memoria recae la continua escena en donde decido poner fin a la existencia de un ser que no hacía nada más que ser lo que era.
Existen miles, millones de seres en este universo, estoy segura de que no tenemos conocimiento de más de tres cuartas partes de su totalidad. A diario hay cientos, o quizás miles, que se pierden ante una batalla a muerte. He convivido con este ser por lo que es ya un largo tiempo y en realidad no sé por qué demoré tanto en llevar a cabo el acto que me condena.
No, no me arrepiento de haberlo hecho, era una cuestión de sobrevivencia, y es que en ocasiones, la convivencia simplemente era algo demasiado agresivo, destructivo,  nos estaba llevando por la vía de la autodestrucción.
Hoy he asesinado a alguien,  ha dejado en mi memoria mil recuerdos que hacen sombra a mi futuro. Ha muerto pero no ha desaparecido, pues aunque aparentemente ha dejado de estar vivo, permanecen las cenizas de los actos cometidos.  Quedan remanentes que me condenan a una vida de memorias que se arrastran con mis pasos cual grilletes.
Me sentía victoriosa en su ejecución, pero ¿realmente ha muerto? Comienzo a creer que le he otorgado vida eterna, lo he enfrentado de tal forma que le he dado presencia. Por lo menos sé que he librado una batalla, hoy tiene rostro y le he dado un nombre.
Hoy he asesinado a alguien, le he vuelto omnipresente, pero me ha devuelto la consciencia y hoy, la sangre derramada dio forma a su cuerpo etéreo. ¿Realmente ha muerto? Qué más muerte hay sino para quien el no lugar era su vida.
Hoy ha muerto, le he asesinado.
De los rincones de lo impalpable, en el arte de lo oculto, le he obligado a morir a manos del conocimiento.
¿Qué muerte más preciosa que la suya? Por la luz se vio perpetrado y ha ardido ante las miradas más juiciosas.  Es su sangre la tinta de mi nombre, y su muerte la resurrección que le aviva.
Hoy ha muerto, le he asesinado,  he cavado mi cuerpo y sembrado mi nombre. 

lunes, 11 de septiembre de 2017

Pérdida desnuda.

Han sido días de mucha reflexión, de esa que te obliga a mirarte en lo más profundo de tu ser. He caído en cuenta de la falta tan grande que tengo de aceptación y amor propio, de cariño por quién soy y la realidad que afronto. En su lugar me he creado fantasías, mundos alternos, irreales. Sin embargo esta noche he soñado lo que hago, he sentido el autoengaño y hasta dónde puede llegar. Soñé y viví la soledad de una mentira que ya no puedo sostener, no porque nadie lo crea, sino porque duele seguirla contando. Desperté preguntándome ¿Por qué no puedo lograr que eso sea realidad? La soledad me pesa aunque me diga en voz alta que me encanta.
Suelo ser honesta, de verdad lo creo, al decir que soy una persona complicada y con quien es difícil convivir. Demando atención a cambio de cariño, pero no me gusta ceder en muchas cosas. Soy terca, obstinada, obsesionada y con tendencias perfeccionistas; me gusta estar al mando pero demando la participación activa de todos, a pesar de que no me parece el hecho de que nadie lo hará como yo.
Y aún así quiero que alguien me quiera y me necesite, ser la incondicional de otro. Sentirme alguien de interés, que se preocupen por mí, que se alegren por mí, que se entristezcan y se enojen por mí. Quiero tener a un amante, jugar con quien sepa reír en la cama conmigo; compartir mi cuerpo, mi deseo y mi placer con alguien que lo haga también. Recorrer repetidamente el camino del erotismo, descubrirme, descubrirle, descubrirnos.
Hay tantas cosas que anhelo y que no sé cómo alcanzar. Soy ajena a todo eso, me da miedo siquiera intentarlo. Desconfío a cada paso, a cada intento le sigue el fracaso, desisto por miedo.  En mi memoria encuentro frescos lienzos de pasado, cien imágenes que me inhundan los ojos y me cierran la garganta. Momentos de total exposición, de promesas y emociones que me quebraron en mil pedazos que no he podido volver a juntar. Muchos dicen que es pasado, que ha sido muchos años atrás; sin embargo aquí me encuentro, paralizada por efecto de esa etapa.
¿Cuántas oportunidades han pasado y se han ido? ¿Cuántas veces el miedo me ha invadido? Me siento fracturada, impotente de no saber cómo moverme. Sé que hay algo mal, algo duele, pero cómo combatirlo, eso no lo sé. Me siento perdida en un campo, dando vueltas sobre mis propios pasos. Al principio fue ese ciclo mi refugio, pero hoy se ha vuelto mi tormento.
No diré, a pesar de ello, que todo es negro; a veces estoy convencida de que es una soledad que yo elijo y que yo quiero. Hay momentos en los que la abrazo y la vivo, disfrutando detalles nuevos; sí, hay días buenos, pero a pesar de ellos hoy perduran los que son grises y apagados.
¿Alguna vez has sentido que te sumes poco a poco en el fondo de un agujero, de esas veces en las que te vuelves más y más invisible, como si tu propio ser se fuera desvaneciendo, en donde vas olvidando poco a poco quién eres? Así van transcurriendo estos días para mí, a pesar de que tengo momentos de calma, aún así me encuentro sedada, sin poder entender qué sucede, qué hago y por qué. Cada vez más me voy perdiendo y tengo miedo, tendo miedo de perderme y que nadie note que me he marchado; ni siquiera yo misma.
¿Dónde están todos mis sueños? ¿Dónde quedan todos los planes? Hoy están arrumbados y frustrada he dejado de buscarlos ¿para qué? Ya no sé ni quién los quiere o por qué surgieron.  Si ya no hay sueños, no hay futuro ¿para qué se vive un presente entonces? Se vuelve un verdadero tormento, un torbellino de angustia, enojo y una gran tristeza que va aumentando de forma directamente proporcional a la falsa sonrisa que ilumina mi rostro social.
¡Qué peligroso es el miedo de mí misma! He temido tanto a mis acciones que me he vuelto puras palabras, una idea que vive en el mundo de las historias. Me estoy convirtiendo en letras que se pierden en el viento y que se vuelven sólo sueños incapaces de soportar la confrontación inminente con la realidad cotidiana y colectiva.
Me estoy ahogando en mis propias fantasías, pues incluso en ellas soy consciente de la farsa que sostienen y del vacío que inútilmente intentan ocultar.
Me conozco, y por ello me estoy perdiendo. La locura me domina pues la realidad no hace más que lastimar.