miércoles, 1 de marzo de 2023

La radicalidad de abordar mis incongruencias.

 Las incongruencias son parte de la vida, de la mía, de la tuya, de todas las personas; son normales. Sin embargo la norma no implica invisibilidad. Mirar nuestras incongruencias nos permite reconocerlas en primer lugar, y luego abordarlas. Ésto implica ser compasivas con nosotras, pero también con las demás.  En términos generales, la pienso como una manera de mantenernos enraizadas a la condición humana más universal, el desconocimiento y los procesos de aprendizaje continuo a través de la socialización: ensayo y error. 

Sabernos aprendices, y reconocer a las otras personas como aprendices, nos coloca en un lugar común en donde el error se aborda, no se esconde ni se niega, se trabaja; acompañamos nuestros propios duelos ante la pérdida del ideal, de la falsa creencia de expertis finito. Acompañar-nos en la incomodidad de ser seres que se equivocan pero que pueden abordar nuevas formas hacia nuevos errores con nuevos resultados que puedan ser beneficiosos en lo común; porque yo me pregunto, ¿qué es la expertis y el conocimiento sin un fin último colectivo? Nadie puede atravesar el abordaje de la incongruencia sin el acompañamiento y el reconocimiento de otro ser, un ejercicio de reconocimiento real que al otro  le dé un lugar de par. 


Reconocer a alguien que no es una misma involucra asumir responsabilidades. Responsabilidad de que mis incongruencias existen porque no existo en solitario; mis actos, mis valores y mis deseos responden a lo externo siempre, y en eso externo está el otro. Mis incongruencias son, por lo tanto, conflictos con el otro, con la expectativa y mi beneficio personal. 


Cómo miramos ese conflicto es el meollo del asunto, ¿somos compasivas o negacionistas? Mi verdad no es la verdad absoluta, como tampoco la verdad de la otra persona, mi verdad responde a mis necesidades y mi historia, al momento inmediato de lo cotidiano. Lo que era verdad para mí hace una semana, puede no ser mi verdad hoy, eso forma parte de la incongruencia. 


Ahora bien, negar los estadíos de mis aprendizajes, de mis acciones, de mis verdades que fueron absolutas en su presente inmediato, esconderlos como si no fueran parte de mí para imponer una clase de moralidad superior con un otro que ahora no comparte mi verdad presente, para mí,  es una hipocresía peligrosa que niega la continua avalancha de errores que somos. Suelta lo colectivo para asumir el lugar de una tiranía violenta que desdibuja mi propia responsabilidad y vuelve imposible que mi conocimiento (derivado de este proceso de  aprendizaje que me llevó a que mi verdad dejara de estar vigente para ser otra, transformarse) pueda ser lo que acompañe al otro en el entendimiento de mi posicionamiento actual, de reconocer en sus incongruencias las propias y construir nuevas formas de co-existir. 


¿A qué aspira el feminismo? Dicen que a la libertad y la autonomía.  Como personas humanas, incongruentes, es completamente sensato que la práctica difiera de la teoría, sin embargo, nos invade la pérdida de la memoria frente a nuestros propios procesos de aprendizaje y emancipación que nos hicieron soñar con un mundo libre para todas. 


Encuentro radical reconocer mis errores, mis momentos de ser aquello que hoy busco erradicar y de lo que estoy tan en contra, reconocerme en ese lugar que fue parte de mi vida. Mirar en mi propio actuar el motor que sostenía esa verdad que para mí era brújula de vida, empatar con la realidad del otro y desde ahí, construir posibilidades. Las falsas moralidades que nos enjuician, o con las que enjuiciamos a otras personas como si nunca hubiésemos sido parte del problema, sostienen el sistema que perpetúa los conflictos irresolubles que nos marginan y nos destruyen. 


Qué pasa cuando recibí y construí espacios seguros que me aportaron calidez, refugio y seguridad, cuando se me acogió con mis incongruencias y mis propias acciones que dejaron en muchas ocasiones a otras personas sintiéndose marginadas y fuera de lo colectivo. Tengo derecho a ser acogida y sentirme segura, todas las personas tenemos derecho a contar con espacios seguros. 


Con qué superioridad me atrevería a juzgar que otras personas busquen espacios seguros que les brinden calidez y refugio ¿no es acaso la utopia que nos hace avanzar? En qué momento mi experiencia es válida pero se vuelve herramienta para deslegitimar a las demás. Eso, lectora mía, es la fiscalización de nuestras necesidades, la respuesta de un sistema voraz que nos ha educado a extraer sin retribuir, a exigir y demandar sin asumir nuestro rol para aportar a que eso que obtengo pueda existir para las demás, ¿justicia o utilitarismo? Qué es el feminismo cuando camina con la regla que nos mide y nos enjuicia por cometer errores aislándonos del colectivo que nos posibilitó errar. ¿Punitivismo? Cómo asumir responsabilidad, demarcar límites y establecer acuerdos que puedan ser tan amplios como para entender cuando las cosas no funcionan, cuando la compasión deja de ser el valor que nos encuentra para dar paso a la fiscalización que nos exime de responsabilidad. 


Yo no quiero ser feminista si mi mundo no puede estar basado en la confianza real y no romantizada en las otras personas, en asumirnos imperfectas y con una tendencia importante al error, al error que también lastima, al error que también nos duele, de estar dispuesta a tomar la responsabilidad de asumir nuestra participación y nuestro interés por encontrar otras formas de equivocarnos juntas. Yo no quiero un mundo en donde tenga miedo de confiar, de equivocarme y de desear sentir que puedo construir espacios de cuidado recíproco en aquellos lugares en los que este sistema me ha dicho que no funcionan así, reivindico el término de familia, cuestionando las prácticas institucionales de la familia tradicional y de muchas otras instituciones sociales que nos invaden y nos educan, reivindico la creación de familias en espacios impensables para sentirme bienvenida, acuerpada, acompañada y en donde puedo aprender y enseñar, en donde reír, bailar, llorar, enojarme y estar en desacuerdo sea parte de las prácticas comunes de cuidado.