miércoles, 1 de marzo de 2023

La radicalidad de abordar mis incongruencias.

 Las incongruencias son parte de la vida, de la mía, de la tuya, de todas las personas; son normales. Sin embargo la norma no implica invisibilidad. Mirar nuestras incongruencias nos permite reconocerlas en primer lugar, y luego abordarlas. Ésto implica ser compasivas con nosotras, pero también con las demás.  En términos generales, la pienso como una manera de mantenernos enraizadas a la condición humana más universal, el desconocimiento y los procesos de aprendizaje continuo a través de la socialización: ensayo y error. 

Sabernos aprendices, y reconocer a las otras personas como aprendices, nos coloca en un lugar común en donde el error se aborda, no se esconde ni se niega, se trabaja; acompañamos nuestros propios duelos ante la pérdida del ideal, de la falsa creencia de expertis finito. Acompañar-nos en la incomodidad de ser seres que se equivocan pero que pueden abordar nuevas formas hacia nuevos errores con nuevos resultados que puedan ser beneficiosos en lo común; porque yo me pregunto, ¿qué es la expertis y el conocimiento sin un fin último colectivo? Nadie puede atravesar el abordaje de la incongruencia sin el acompañamiento y el reconocimiento de otro ser, un ejercicio de reconocimiento real que al otro  le dé un lugar de par. 


Reconocer a alguien que no es una misma involucra asumir responsabilidades. Responsabilidad de que mis incongruencias existen porque no existo en solitario; mis actos, mis valores y mis deseos responden a lo externo siempre, y en eso externo está el otro. Mis incongruencias son, por lo tanto, conflictos con el otro, con la expectativa y mi beneficio personal. 


Cómo miramos ese conflicto es el meollo del asunto, ¿somos compasivas o negacionistas? Mi verdad no es la verdad absoluta, como tampoco la verdad de la otra persona, mi verdad responde a mis necesidades y mi historia, al momento inmediato de lo cotidiano. Lo que era verdad para mí hace una semana, puede no ser mi verdad hoy, eso forma parte de la incongruencia. 


Ahora bien, negar los estadíos de mis aprendizajes, de mis acciones, de mis verdades que fueron absolutas en su presente inmediato, esconderlos como si no fueran parte de mí para imponer una clase de moralidad superior con un otro que ahora no comparte mi verdad presente, para mí,  es una hipocresía peligrosa que niega la continua avalancha de errores que somos. Suelta lo colectivo para asumir el lugar de una tiranía violenta que desdibuja mi propia responsabilidad y vuelve imposible que mi conocimiento (derivado de este proceso de  aprendizaje que me llevó a que mi verdad dejara de estar vigente para ser otra, transformarse) pueda ser lo que acompañe al otro en el entendimiento de mi posicionamiento actual, de reconocer en sus incongruencias las propias y construir nuevas formas de co-existir. 


¿A qué aspira el feminismo? Dicen que a la libertad y la autonomía.  Como personas humanas, incongruentes, es completamente sensato que la práctica difiera de la teoría, sin embargo, nos invade la pérdida de la memoria frente a nuestros propios procesos de aprendizaje y emancipación que nos hicieron soñar con un mundo libre para todas. 


Encuentro radical reconocer mis errores, mis momentos de ser aquello que hoy busco erradicar y de lo que estoy tan en contra, reconocerme en ese lugar que fue parte de mi vida. Mirar en mi propio actuar el motor que sostenía esa verdad que para mí era brújula de vida, empatar con la realidad del otro y desde ahí, construir posibilidades. Las falsas moralidades que nos enjuician, o con las que enjuiciamos a otras personas como si nunca hubiésemos sido parte del problema, sostienen el sistema que perpetúa los conflictos irresolubles que nos marginan y nos destruyen. 


Qué pasa cuando recibí y construí espacios seguros que me aportaron calidez, refugio y seguridad, cuando se me acogió con mis incongruencias y mis propias acciones que dejaron en muchas ocasiones a otras personas sintiéndose marginadas y fuera de lo colectivo. Tengo derecho a ser acogida y sentirme segura, todas las personas tenemos derecho a contar con espacios seguros. 


Con qué superioridad me atrevería a juzgar que otras personas busquen espacios seguros que les brinden calidez y refugio ¿no es acaso la utopia que nos hace avanzar? En qué momento mi experiencia es válida pero se vuelve herramienta para deslegitimar a las demás. Eso, lectora mía, es la fiscalización de nuestras necesidades, la respuesta de un sistema voraz que nos ha educado a extraer sin retribuir, a exigir y demandar sin asumir nuestro rol para aportar a que eso que obtengo pueda existir para las demás, ¿justicia o utilitarismo? Qué es el feminismo cuando camina con la regla que nos mide y nos enjuicia por cometer errores aislándonos del colectivo que nos posibilitó errar. ¿Punitivismo? Cómo asumir responsabilidad, demarcar límites y establecer acuerdos que puedan ser tan amplios como para entender cuando las cosas no funcionan, cuando la compasión deja de ser el valor que nos encuentra para dar paso a la fiscalización que nos exime de responsabilidad. 


Yo no quiero ser feminista si mi mundo no puede estar basado en la confianza real y no romantizada en las otras personas, en asumirnos imperfectas y con una tendencia importante al error, al error que también lastima, al error que también nos duele, de estar dispuesta a tomar la responsabilidad de asumir nuestra participación y nuestro interés por encontrar otras formas de equivocarnos juntas. Yo no quiero un mundo en donde tenga miedo de confiar, de equivocarme y de desear sentir que puedo construir espacios de cuidado recíproco en aquellos lugares en los que este sistema me ha dicho que no funcionan así, reivindico el término de familia, cuestionando las prácticas institucionales de la familia tradicional y de muchas otras instituciones sociales que nos invaden y nos educan, reivindico la creación de familias en espacios impensables para sentirme bienvenida, acuerpada, acompañada y en donde puedo aprender y enseñar, en donde reír, bailar, llorar, enojarme y estar en desacuerdo sea parte de las prácticas comunes de cuidado. 

lunes, 6 de febrero de 2023

Habitarme desde mí misma.

 A diferencia de otros años nuevos, este empezó diferente, sin propósitos claros y con muchas preguntas con respuestas poco claras. Poco a poco conforme el tiempo ha pasado, hay cosas que se han ido acomodando de a poquito; no con magia, sino como resultado también de acciones y muchas reflexión conmigo misma. 

En mi espacio de terapia hice un ejercicio interesante que me ha ayudado a tener una brújula que, poquito a poquito, me va dando orientación de hacia donde quiero ir y cuál es mi objetivo/propósito, dejar de obligarme a usar el norte como mi punto de referencia para orientarme. Para poder saber a dónde voy, he necesitado aprender a leerme y saber qué quiero, pero para poder saber qué quiero, necesito también darle lugar a quien soy y lo que necesito de una manera honesta y, sobre todo, compasiva. 


Mi brújula está guiada en estos momentos por sensaciones  que responden a la siguiente pregunta: ¿Cómo me quiero sentir respecto a: (inserte un espacio de mi vida, puede ser la relación conmigo misma, el trabajo, la familia, mis vínculos, en lo económico, etc)?  De esta manera lo importante dejará de ser el camino, sino más bien lo que me hace sentir cada paso que voy dando. 


Puede parecer poca cosa, pero a mí me ha cambiado mucho mi lectura del mapa, ahora mis decisiones y mis acciones tienen la posibilidad de ser sumamente flexibles, amplias y diversas. El mundo se siente un poquito más ligero en estos días.


Creemos que tener herramientas implica ser más efectivas y tener menos errores. El feminismo me permitió ponerme las famosas gafas violetas; a partir del momento en el que eso nos ocurre, se comienzan a mirar muchos defectos en el sistema, afuera en el mundo, en las otras personas, y lamentablemente nos convertimos gradualmente en verdugas de la realidad, de las otras personas y de una misma. Poco a poco una le va metiendo más graduación a esos lentes, sumándole grados a través de las interseccionalidades y las experiencias, las reflexiones. Pronto la vida comienza a pesar mucho al mirar y sentir tantas injusticias alrededor de nosotras, cosas que no son lo que deberían ser y lo peor, que no podemos cambiar aunque -literal- nos quememos en el intento (muchas veces abrasando a las demás). 


Soy una mujer neurodivergente y gorda. Soy muchas otras cosas más, identidades todas diversas que me conforman y me hacen ser yo, tan única y tan similar a otras personas al mismo tiempo, sin embargo rescato éstas porque en este año que terminó fueron no solo parte de mí, sino también representaron en su máximo esplendor las causas mayores de mi quiebre. 


Desde hace dos años vivo con un diagnóstico formal de depresión y ansiedad, y me di cuenta que llevo viviendo con ellos desde hace muchísimo tiempo sin entender el por qué muchas cosas se sentían de la forma en que lo hacían. Fisicamente mi cuerpo atraviesa un trastorno depresivo mayor, además de temas metabólicos que inciden al mismo tiempo en mi salud mental, como una banda de moebius. La depresión el año pasado me mantuvo en un lugar muy bajo, sin ganas de existir mucho más en este mundo. Mis amigas fueron mi ancla más fuerte en ese periodo en el que no había mucho qué hacer más que solo dejarme sostener para no hundirme por completo. 


El acompañamiento médico y encontrar espacios éticos para acompañarme con tratamientos integrales ha sido un pilar esencial en estos meses recientes. Soy una mujer neurodivergente y gorda, esto es algo que he sido desde hace mucho tiempo viviendo de manera muy real, muy cercana y con muchas consecuencias, lo que implica serlo en un sistema patriarcal y gordofóbico. 


La relación con mi cuerpo difícilmente podría siquiera catalogarse de regular, el mundo me ha enseñado lo mal que está mi cuerpo y lo mucho que debería hacer para ocupar el menor espacio posible, por gorda y por ser mujer.  Siempre hubo culpa, aprendida y señalada, de todo el malestar que sentía. Recientemente cuando comencé a tener acercamientos con espacios de salud, fui recibiendo diagnósticos que me ayudaron a entender por qué me sentía de la forma en que lo hacía, pero no fue nada fácil. Primero me diagnosticaron Síndrome de Ovario Poliquístico oka SOP, y durante años me dijeron que la causa de ello era que estaba gorda, que la solución estaba puesta en mi, la solución era dejar de ser gorda, ser disciplinada y tener autocontrol, dejar de hacer todo lo que “las personas gordas hacen”. Lo intenté, desde los 9 años hacía dietas, me pesaba y hacía ejercicio, nunca ha sido suficiente. 


Luego vino el golpe fuerte, Hipertensión, la enfermedad de los gordos, que comen pura grasa, no se mueven y que se van a morir pronto, en cualquier momento. Igual no estaba todo perdido, la solución estaba en mí, bajar de peso. Tomar medicamentos, dos pastillas diarias, en la mañana y en la tarde, pastillas amargas que te dejan un sabor de boca durante varias horas porque se deshacen muy rápido, pastillas amargas que son un recordatorio constante de la irresponsabilidad de haber llegado a esto, de someter a mi cuerpo a vivir con este mal. Quien más sino yo sería la responsable de enfermarme y posiblemente de mi propia muerte. Tuve redes de apoyo, mis amigas, mi mamá, mi trabajo, que estuvieron ahí con sus herramientas para acompañar lo mejor posible, desde ese sesgo que el sistema gordofóbico nos pone a todas. 


Luego de mucho tiempo, intentos y decaída fui encontrando médicas maravillosas, mi ginecóloga, mi psicóloga y mi psiquiatra. Ellas me enseñaron lo que el sistema gordofóbico nos hace y me ayudaron a ajustar los grados que mis gafas han ido aumentando sin enfocarse lo suficiente para realmente permitirme ver con más claridad. La brújula que me ayudaron a construir, poniendo mi cuerpo y mi mente al centro, me ha servido como guía para entenderme y tener claridad, una poca más, sobre qué quiero para mi este año. 


Desde mi quehacer como activista, en el trabajo, he facilitado muchas veces talleres sobre el plan de vida y el cuidado. Aprendí y expliqué la rueda de los diferentes espacios que conforman nuestras vidas y las diferentes actividades que podemos hacer para nutrir cada una, la importancia del balance. Sin embargo ahora me he dado cuenta que nos obligamos a tener un falso equilibrio que más allá de llevarnos hacia el bienestar, no convierte en nuestras propias fiscales que vigilan el cumplimiento de cada actividad en aras de una construcción social bastante esencialista, se vuelve un check list tirano, sinsentido y que ahora responde a un esencialismo que me deja fuera de lo propio, de lo que necesito y quiero hacer. 


¿Qué pasa cuando la búsqueda de bienestar se vuelve mi policía interno? ¿Puedo seguir llamándolo bienestar? Qué pasa cuando nuestros lentes violetas e intersecciones pierden conexión con lo más terrenal que es la experiencia y el sentido de la autopercepción, del reconocimiento de una misma y se enfocan en observar “el objetivo” dejando de lado el camino. Las herramientas se vuelven fiscalizadoras, comenzamos a idealizarlas hasta volverlas otro sistema que sigue funcionando para la opresión.


Toda mi vida como mujer gorda, mi relación con mi cuerpo, el ejercicio y la comida ha sido una mierda. Porque el ejercicio y la comida eran la fuente principal de todo mi mal, ya fuera porque no era suficientemente bueno, era demasiado o porque no existía. De una u otra manera, ejercicio y comida eran responsables de mi cuerpo que estaba mal. 


La vida fit, esa tan valorada en esta sociedad gordofóbica, es valiosa porque combate a las personas como yo, a las gordas, porque la vida fit no es la vida fat. La vida fitness tiene sus reglas muy claras. Decidir hacer ejercicio y elegir una alimentación determinada en este mundo implica entrarle a ese juego que está controlado por esas reglas gordofóbicas, ese sistema.  La vida fitness es la vida que me llevó a odiar mi cuerpo y desconectarme de mis necesidades más básicas que es la alimentación, además de que eso condujo a un aislamiento, a prácticas de riesgo y a un claro deterioro de mi salud mental.  Ser fitness es ser todo contrario a lo que ser gorda en este sistema representa, básicamente es el camino hacia dejar ser una. 


Este año decidí meterme al gimnasio, lo pensé muchísimo y ha sido tema de mi terapia en estas últimas semanas. Los ajustes a mi brújula con mi terapeuta ha implicado revisitar mis propósitos de año nuevo, esos que año con año se renovavan con nombres nuevos pero mismos resultado. Regresar a mi historia, a mis diagnósticos, mi cuerpo me obligó a preguntarme si el gimnasio sería una buena decisión o si me llevaría en picada a seguir alimentando el odio hacia el cuerpo que habito y tener prácticas de riesgo. 


Ahora, después de sentarme para contestar a la pregunta de cómo me quiero sentir en cada espacio de mi vida, la decisión ha sido más sencilla, y me ha estado enseñando el significado de la compasión conmigo. Entré al gimnasio porque quiero sentirme fuerte, con energía y moverme, sentir que mi cuerpo, sea como sea, luzca como luzca, es fuerte y resistente, no porque quiera bajar de peso o pretenda reconocerlo como la única vía que cumple con lo necesario para buscar bienestar. 


Hay días en los que me he cachado sintiéndome culpable por haber comido las cosas que me gustan, porque no van acorde con lo que en este sistema representa asistir al gimnasio y, lo más fuerte, es porque me preocupa que afecte la posibilidad de favorecer cambios en mi cuerpo; y luego cuando esos miedos se vuelven conscientes, me embarga la culpa de seguir teniendo esos pensamientos o deseos. Me siento traidora de mi propio proceso de deconstrucción por estar jugándo en el mismo sistema. Traidora de mí, de mi lucha, de mis vínculos, de mis amigas que viven esta misma opresión y con las que he compartido en repetidas veces los impactos que ha tenido en nuestro existir. 


Aquí es en donde las herramientas, esas gafas violetas e interseccionales, suelen volverse mis verdugas, desde el juicio y la culpa, me invalidan y me reprochan. El objetivo ya no es caminar hacia cómo me quiero sentir, sino volverme la representación misma del bienestar; verbos que se terminan convirtiendo en etiquetas caricaturizadas de nosotras, personajes. No es suficiente tener herramientas si no se ejercita la compasión hacia una misma para abrazarse y reconocer todo lo que nos habita, validarlo para luego resignificarlo y seguir, se tiene que tener presente la brújula del sentir, pero también la conciencia de las fuerzas magnéticas que insisten en marcanos un norte hegemónico. Sé que para muchas personas desde afuera puede ser una lectura diferente, y para quienes están cuestionando la vida fit por todo lo que implica, las fibras incluso que puede tocar la decisión de otra persona para realizar lo que la gordofobia invadió. 


Sin embargo hoy sé que mi radicalidad está en no entrarle al juego del binarismo, o eres fit o eres fat, es en escucharme a mí y lo que mis decisiones me están haciendo sentir, aún a costa de las miradas que buscan interpretarme y explicarme lo que estoy haciendo. Para mí la decisión de acudir un día al gimnasio, es sinónimo de levantarme de mi cama, no pensar en morir, saberme fuerte y valiosa, tener ganas de hacer algo, literal significa vida frente a un año en donde la depresión me orilló a sentirme como una autómata presa de una rutina que pesaba pero me mantenía apenas a flote; tomarme un jugo en la mañana es sinónimo de iniciar el día con algo en el estómago en vez de continuar con una cadena de días en donde nada había entrado en él, a padecer anemia y ayudar a que la resistencia a la insulina empeorara. 


Hay quienes reducen las decisiones que tomamos desde su lectura, cuando no se nos escucha antes dejar que las conjeturas nos habiten.  No quiere decir que la lectura es inválida, pero es una que responde a un sesgo acrecentado por la sordera y la mirada sesgada que el sistema nos da para asignar significados. Hay quienes me han dicho que ahora llevo una vida muy “fitness”  y afortunadamente no es así, pero cada que les escucho decirlo con ese desdén que acompaña el desconocimiento de mis batallas y los significados que tienen en mi vida, es abonar a que me sienta anclada a un propósito que no es el mío, que yo misma juzgue con desapobación lo que mi experiencia y mi propia sabidura me están diciendo que es un logro que me matiene viva y gozosa.


Mi brújula apunta a que por ahora, estoy siguiendo un camino que me permite alcanzar la respuesta a cómo quiero sentirme, me encuentro siendo resistencia, transgrediendo cínicamente y tergiversando las herramientas del sistema que me oprime para transformarlo a favor de mi propio bienestar.  Así que sí, estoy llendo al gimnasio, tomando jugo verde por las mañanas, logrando tomarme mis medicamentos de manera sostenida, durmiendo de corrido, teniendo energía y claridad, ganas de hacer cosas, confianza, permitiéndome comer lo que se me antoja, diciendo cómo me siento, demostrando mis enojos e incomodidades, poniendo límites, haciendo planes para los siguientes meses. 

sábado, 17 de septiembre de 2022

Silencio

 El silencio es duro

Me cuesta trabajo sostenerlo cuando en mi cabeza  todo el tiempo conviven dos cosas contradictorias, que la gente tiene cosas más importantes,  una vida sucediendo y la otra es que no soy una persona agradable para convivir o querer, que ya se cansaron de mi. 

El silencio me rebasa, y aunque la lógica apunta a un razonamiento sencillo, en el cuerpo me atraviesa la sensación de la desolación más dura e irreconciliable que he sentido. 

No sé ni siquiera cómo reaccionar, me paraliza el miedo, la angustia y la incertidumbre. Me vuelvo torpe y aspera. 

Hay momentos en donde intento ser quien era, por segundos fugaces funciona, funcional, pero termina siendo pasajero y el mensaje de mis intentos confunde y lastima a quienes más quiero, a quienes quiero tener más cerca en estos días de bruma. 

Ya no sé pedir perdón, por ser esta persona que estoy habitando. Me desconozco y, a la vez, me temo que la historia se vuelve a repetir. Demasiado qué soportar, soy demasiado.

A la deriva, de nuevo, si me suelto, simplemente deseo ya no regresar. 

domingo, 30 de enero de 2022

Letras sobre la tristeza que no puede ser nombrada.

 Es más difícil reconocer lo que sí queremos y lo que sí necesitamos, lo que sí hemos hecho y lo que sí hemos aprendido que anclar en el terreno de la condescendencia. El autosabotaje no suele ser tan evidente, viene de mil colores, afectos, personas y deseos. 

Hablar abiertamente cuanto sentimos que el mundo se desmorona y no damos una, es un pasito que se siente diminuto pero al sumarlos entre sí, se vuelven grandes distancias recorridas hacia el autoconocimiento y el entendimiento de una misma; claro que eso no se percibe en el momento, la sensación que vivimos nos indica que entre más intentas moverte, más de hundes. Como gritar en el vacío, aquel en el que lo único que resuena y que vuelve a ti como respuesta es un eco retumbando una simple palabra: EXAGERADA.

El sonido del eco puede regresar a través de palabras o ausencias de personas concretas, personas que terminan transformándose en el vacío mismo, conductoras y amplificadoras del mensaje, del sabotaje a una misma. No es que ellas lo generen, porque por algo se llama auto-sabotaje, pero sí lo sostienen, de manera continua y eso es suficiente para que tenga un impacto en que no escuchemos nada más.  Falsas redes de apoyo, pero es muy cierto que así como se puede lograr la expansión del vacío, cuando las palabras que duelen son expresadas y recibidas con empatía y cuidado, la cosa cambia. Ese vacío comienza a volverse espejo, reflejo en el que las palabras y tristezas toman cuerpo y se vuelven palpables.

Entonces, la depresión tiene forma y existe, hay algo que es real y que se puede acompañar, tratar y que al ser nombrada, deja de ser una incertidumbre que alimente el sentimiento de estar exagerando, de no tener control ni consciencia de lo que una misma es, lo que una misma siente, lo que una misma está atravesando. Porque es un camino engañoso que nos hace mirarlo como sencillo, pero es sumamente doloroso, solitario y destructivo, parece sencillo en tanto nos muestra que no hay más opción mas que solo fluir en la incertidumbre y el remolino de preguntas, inquietudes, vivir en una ansiedad eterna que tan solo pesa y se acumula en el pecho. La duda de una misma, de lo que se siente, se alía con los complejos y el estigma alrededor de pensarnos débiles, enfermas o con alguna falla. 

Las redes de apoyo, las amigas, la familia, las compañeras de trabajo que escuchan la misma historia mil veces, contada de cien formas distintas con docenas de contradicciones, acompañan el sinsentido con lo más vital, la presencia. Éstas pueden marcar la diferencia en los procesos de sanación de los trastornos de salud mental como la depresión. 


En mi experiencia, ha sido una base importante contar con el espejo que mis redes representan, contar con espacios seguros para repetir una y mil veces que me estaba rompiendo, o de simplemente callar en el silencio sostenido de alguien que sabía que aún en la ausencia de mi voz, yo existía y estaba diciendo algo importante. Así cuando me sentí lista, pude mirarme y llevarme a espacios de apoyo profesional para contar con otro acompañamiento más, un tratamiento que pudiera potenciar el trabajo que por mucho tiempo, pensé que necesitaba cargar yo sola. Soy muy honesta al nombrarme privilegiada, aún en los momentos más cercanos al caos, hubo personas, amigas, que sin decir una sola palabra, me abrazaron. 

Hoy estoy aquí, sanando con sus altas que a veces son escasas y sus bajas que parecen mesetas eternas, pero rodeada de mucho amor y empatía en espacios diversos de mi vida, incluyendo de vez en cuando la relación conmigo misma. Estos espacios también, he de decir, que los he construido y elegido, y lo digo porque también se trata de honrar las decisiones que incluso estando atrapada en el eco del vacío y la tristeza, fui capaz de soltar vínculos que me enganchaban en el sinsentido y que alimentaban a los fantasmas del autosabotaje. No es fácil, no lo ha sido y no sé si lo será algún día, pero sé que hoy es un día más, que llevó un año y 25 días decidiendo estar, y por ello quiero hacerle saber a quien sea que lo necesite, que si en algún momento siente que si tristeza les dice locas, o existen amplificadores a su alrededor que acentúen la desconfianza en lo que están sintiendo, siempre cuentan conmigo para decirles que ustedes tienen razón y que la tristeza es real, no están locas y tampoco están solas en ésto.

Los prejuicios alrededor de los trastornos de salud mental pesan, el rechazo y el estigma que hay sobre la medicación psiquiátrica es como un ancla que te hunde en la negación de la existencia de algo más que la voluntad, cada día me recuerdo que soy también un cuerpo, materia, que puede tener deficiencias que no son malas, y que necesitar un complemento para que pueda estar bien, no es malo ni es algo de lo que deba avergonzarme. Estoy llendo hacia el camino de cuidarme, del bienestar, de quererme tanto como se pueda y aceptarme también cuando no pueda hacerlo. 

Falta camino, aún es algo que no puedo decir en voz alta para que todas a mi alrededor me escuchen, y sé que más que por mí, es también por esas personas que sé que como yo en un inicio y a ratos aún, tenemos preconcepciones de lo que implica hablar de la depresión, la ansiedad, el suicidio y la psiquiatría. No es su culpa, pero tampoco la mía, y decidir no hablar, aunque pesa de vez en cuando, por ahora es también cuidar de mis energía y saber qué procesos puedo sostener en este momento. 

sábado, 29 de enero de 2022

Matemáticas y vino

¿Cuántas veces he pasado por la misma escena? "Recurrente" se ha vuelto el adjetivo que describe mis emociones. Es verdad cuando dicen que las emociones no son estáticas, sino que se van transformando, ya sea con el tiempo, con las experiencias o con el transitar mismo de cada una. Pero como la luna, son fases que se repiten cada tanto, y aunque cada vez hago más intentos que me permitan entenderlas y recibirlas de una manera distinta, el cambio de temporada me sigue templando; siempre termino desprevenida para su visita recurrente.

Quizás sería más útil si lograra asimilar la tristeza cuando me siento triste y no cuando ya es una aparente lección aprendida.  Sin embargo es más fácil mirar el camino cuando pasa la tormenta y la tierra está seca y firme; no importa qué tan memorizado se tenga el sendero, al final el frío y los pasos que se hunden en el lodo están acompañados de la incertidumbre de si será posible llegar o transitarlo sin percances de vida o muerte.


Ocurre, en los días buenos, que mi cuerpa se llena de energía, una energía que me inspira me motiva y me llena, me inflama cada poro de la piel hasta el punto de querer compartirla, de que no se quede solo en mí, de que se expanda, que crezca. Pero esos episodios son tan revitalizantes como efímeros, es verdad que cada vez es un acto más consciente el estar ahí, moverme desde el placer, comer desde el goce, amar desde el bienestar y existir desde la presencia; sin embargo, he de admitir que eso también hace que sea más evidente la brevedad de su permanencia y lo ajena que aún parece conforme se va consumiendo.  


Quisiera poder retratarme con la misma facilidad con la que lo hago en los momentos de menor calidez, pero no puedo, intentarlo es como obligarme a mirar el infinito y tratar de describirlo en palabras. ¿Tan inefable puede ser lo que se vuelve una sensación? ¡La desgracia de quienes vivimos de palabras!, y es que ¿Cuánto logra traducir la empatía? No sé si alcanza, no sé si me es suficiente.


Ilustración de Filippa Edghill
Ocurre que cuando el sol llena e inflama los poros de mi piel, en mi mente quisiera resolver tantas cosas, planes, compartir en todo momento con las demás, de hacer palpable, visible, la sensación de permanencia en un espacio seguro, pero es ese mismo afán de compartir lo que me cansa, lo que me drena, lo que me regresa una corriente helada de consciencia, de la codependencia que eso puede conllevar, de la necesidad agobiante de saberme lejos de la soledad.


Creo que ese ha sido siempre el tema, ¿no? Todo este tiempo he sentido que camino en círculos, pero ahora que lo pienso, me hace más sentido pensar mis pasos como una hipérbola de emociones y presencias que nunca terminan de tocarse unas con otras, justo cuando estoy avanzando, lejos del punto muerto de estancamiento, saltan los límites de mi propia existencia y de la existencia independiente de las demás personas, y entonces vuelvo con la misma fuerza intempestiva, en reversa y sin poder mirar por el retrovisor, a las muchas sensaciones de fatalidad, de vacío, en donde soy consciente de que están lejos y que somos dos parábolas que nunca, por más cerca que estemos, podremos cruzarnos.


En mi vida nunca pensé que las matemáticas podrían ayudarme a entender esta sensación de aislamiento constante, y sin embargo aquí estoy, buscando información sobre las fórmulas para identificar la lógica en la que vivo. Y aunque en realidad me parece maravillosa la lógica de dos entidades que pueden estar tan cerca y tan lejos la una de la otra, sin limitarse más que por el espacio auto determinado de quiénes son; a la luz de las emociones actuales también hace que me sienta muy ajena y aislada, como si coincidir y cruzarme en el plano con alguien, de poder tocarnos y ser una por un momento que nos permita por una vez sentirnos inmensas en un todo, sea imposible. Es como si fuera una condena y a la vez, también una maravilla.


Ya no sé si son las copas de vino, pero es que la hipérbola es el modelo matemático perfecto para mirarnos más allá de las idealizaciones románticas de la dependencia. Para mí, son la representación matemática de poder acompañar sin perderse a sí misma, tan cerca que casi te toque, pero con la distancia suficiente de no dejar de ser quién eres ni de perder el camino, aunque eso implique que en algún punto habrá distancias mayores que enfrentar.


 Así es como en un intento por tratar de decir que me cuesta trabajo escribir en mis momentos de mayor estabilidad emocional, las incoherencias brotan en forma de modelos matemáticos que posiblemente ni siquiera estén siendo interpretados de manera correcta. Mi mente, acompañada del olor de la uva semiamarga del vino y la luz de mis luces de navidad permaneciendo a propósito en la sala, terminó escribiendo sobre un descubrimiento personal y un deseo de resignificación de la distancia.





miércoles, 29 de septiembre de 2021

Mar

 

Me desperté, miré el reloj y era temprano

¿El cuerpo? Pesado como un ancla

La cabeza está atestada, no para de girar

Pensamiento tras pensamiento,

Posibilidades, quizás, hubieras, deseos

Miedos, sobre todo miedos.

 

Sal de mar

Agua de lluvia

Lágrimas que me inundan

El alma, el pecho, la intención de seguir

 

A veces sale el sol

Y con él asoma el arcoíris

Otras veces los colores se van

Pero la humedad es constante

 

Soy un río, soy agua

No sé cómo parar

¿A dónde lleva el cauce?

Si cuando hubo mar

Parecía el principio y no el final

 

Días pasan

Tardes pesan

Noches pisan

 

Está atorada, la siento en el pecho

Creí que era la presión alta

Y solo es la tristeza sin eco

¿Qué pasa si la suelto y luego,

No hay manera de dominarla?

 

Late, está ahí

Un corazón que late, loco

En el pecho, resuena

Acompaña el nudo con su latir

Y a mi solo me pesa el sentir

 

Demasiado vivo

Demasiado viva

Es demasiado, a veces

Porque otras, es tan poco

 

Repira

Inhala, Exhala

Sube, Baja

Contener para que no escape

Estoy a una lágrima de no volver

 

lunes, 30 de octubre de 2017

La cotidianidad como punto ciego de la historia.

Hoy me siento nuevamente con la necesidad de escribir sobre violencia, los días siguen pasando uno a uno cargados de noticias y estadísticas que nos indican que cada vez somos menos mujeres libres, con vida. Al inicio fue Lesby, después fue Dulce, luego Diana y ahora Mara; cuatro nombres que saltaron a la luz pública, cuatro entre miles que permanecen en el rincón más oscuro. ¿Por qué si hay tanto repudio hacia la violencia sigue sucediendo? ¿Por qué si seguimos condenando la violencia sigue pasando? Considero que el problema no es propiamente la falta de conocimiento sobre los
feminicidios o los peligros. Todas las mujeres somos conscientes de cada uno de ellos, se nos educa para reconocerlos y cuidarnos; los hombres también saben que existen, es de su conocimiento que somos “vulnerables” y que debemos cuidarnos, ser responsables. Sí, lo saben, pero a veces olvidan qué o quiénes son los principales promotores de esas amenazas.
Tengo una frase que me gusta mucho y me ha hecho pensar sobre mi misma: “La cotidianidad es el punto ciego de la historia”. Todos somos conscientes de que matar es un crimen, que violar u obligar a alguien a hacer algo en contra de su voluntad o sin su consentimiento es algo que no debería suceder. Sí, muchos sabemos que está mal, o al menos la mayoría decimos saberlo. ¿Y luego? Sabemos que al ver noticias como las de Lesby, Mara y otras tantas similares, debemos enojarnos, echar bilis por la boca, maldecir y desear la muerte de quien se atrevió a realizar tales actos.
Es muy fácil unirse a la protesta social cuando estas cosas suceden, es muy satisfactorio sabernos en pie de lucha por defender los derechos humanos de las mujeres; sentir esa energía impulsada por un enojo colectivo, entre gritos y consignas, viviendo a flor de piel la unidad y la empatía. Sí, es muy fácil y creo firmemente que la protesta social es uno de los principales pilares en el proceso de
transformación social, pero no es ni nunca será suficiente si esa protesta, esa acción, se queda en las calles, si sólo sirve para apropiarse de los espacios y los discursos públicos. Considero que los cambios que se gestan allí, dan lugar a una transformación, importante sí, pero que deviene en actos moldeados superficialmente dentro de una categoría pública “políticamente correcta”; es decir, se hacen cambios en la manera en la que nombramos determinadas situaciones, la forma en la que nos expresamos y nos conducimos en el espacio público; se van modificando los discursos, el lenguaje, los términos que usamos. Sabemos que ahora debemos llamar de otras formas a los piropos, se sabe que es necesario tener un 50% de ocupación femenina en los cargos públicos, todos sabemos lo que es lo políticamente correcto, pero muchos también sabemos que es sólo un juego superficial de autoengaño, uno que enmascara el nombre pero no modifica los sentidos que dan lugar a las acciones. Estamos dando vida a un juego de roles y actuaciones públicas cuyo fin es no ser señalados e identificados como el problema por, y para, los demás.
El día de hoy todos somos feministas, personas comprometidas con el futuro social, nos preocupa, luchamos, exigimos. Nos llenamos la boca de sentimientos de empatía, de coraje y deseos de justicia; viralizamos nuestro compromiso y nos unimos en el enojo: #TodxssomosMara #TodxssomosLesvy #Niunamenos todos entendemos quiénes son las víctimas potenciales, directas, indirectas. Sí, todas decimos que somos ellas y que la culpa es de ésta sociedad, del gobierno, de los
hombres, de las mujeres, la culpa es de todos. La culpa está escrita en tercera persona, la culpa está lejos de nosotros, tan enojados y empáticos, marchando, gritando y exigiendo a aquellos otros responsables.
El problema es que somos ciegos, leemos la historia escrita en los medios, leemos la historia que revela el malestar social, leemos la historia pero nunca somos parte de ella; la historia se vuelve algo que ya fue y que se cuenta, algo que hizo alguien más, se vuelve un proceso que nos deslinda como autores. La cotidianidad se enajena sin darse cuenta de que es ella la que escribe, en su marcha lleva la tinta que se graba. ¿Por qué sólo decimos #TodosSomosMara? ¿Por qué nadie invoca al acto responsable y se asocia con el “todos”? El yo se ausenta en la ecuación del problema de las violencias, tal como el hoy pierde fuerza en el cuento que se narra del ayer, sólo aparece como consecuencia.
La protesta social nos vuelve un contingente político y correcto, nos cobija bajo un “todos” activo, correcto y socializado. Pero ¿quiénes somos nosotros? ¿Qué hay de la lucha en el yo? ¿Qué hay de la conquista en el espacio privado? ¿Dónde queda la protesta, lo políticamente correcto, cuando nadie puede señalar que no lo somos? ¿Quién reconoce la lucha privada? ¿Es suficiente si yo lucho socialmente, si yo salgo a las calles, si lo comparto en las redes, si me enoja, si me entristece? No, no es suficiente y por ello somos culpables de que Lesvy, Mara y las miles de mujeres más hayan muerto, hayan sido violadas, abusadas, torturadas, humilladas, acosadas, maltratadas. Los grandes actos no nacen siendo grandes actos, la violencia no brota ni aparece, esa se desarrolla, necesita de
incubadoras que la alienten, necesita de un yo que la ejecute y otros yo que la permitan, que la
hagan invisible a través de la costumbre. Nadie nace queriendo matar mujeres, nadie nace con la necesidad de violar, golpear, mutilar. El deseo se aprehende, el derecho se aprehende, son
adquisiciones que se desarrollan en el hoy, en el día a día, se refuerzan en las acciones, en las
palabras, en las risas; somos cómplices desde nuestras relaciones y nuestros afectos.
La lucha culpa al gobierno, a los acosadores, a los violadores, a los que no hacen nada, a los que voltean la mirada si ven un abuso, a los que son indiferentes; la culpa está en la sociedad machista, pero ¿quién es la sociedad, quiénes los machistas? Si la sociedad se rigiera por los discursos públicos, los documentos tan bien redactados y llenos de promesas, si la sociedad actuara con base en ellos, con sus términos políticamente correctos, ¡Qué mundo tan diferente! Nadie se atrevería a decir o
hacer algo sin sufrir las consecuencias, nadie pasaría desapercibido y los nombres no serían
olvidados.
El problema social es privado, lo privado es político, lo privado es social siempre, más lo social no siempre es privado; es decir, las conquistas sociales no siempre son llevadas a un ejercicio singular, a veces (muchas veces) se queda ahí, en el exterior colectivo sin penetrarnos a través de una labor auto reflexiva, auto demandante. El espacio privado, ese que pasa desapercibido, ese que es casi inconsciente, es el que habita la cotidianidad y va escribiendo el acontecer social sin reclamar la autoría. Se pierde entre las máscaras públicas, entre los guiones que se presentan ante el público expectante, la violencia está ahí, en esos roles diarios entre ensayos a los que nadie presta atención.
Sí, sí, gritamos al aire lo que las mujeres se merecen, sus derechos, pero nuestras pláticas entre amigos, nuestros chistes, nuestras relaciones familiares, nuestras dinámicas sociales, nuestros actos, nuestras canciones favoritas, nuestras tardes en casa o en la calle, todo eso que somos fuera de la protesta y que no se lee en nuestras publicaciones es lo que nos está matando.
¡Qué coraje da el acoso sexual! Pero qué maricón el amigo que no tuvo el valor de robarle un beso o decirle guapa, qué divertido ir a ver viejas a la plaza, al gimnasio.
¡Qué impotencia da el abuso sexual! Pero qué mojigata es la mujer que a la mera hora no quiso, la virgen. Qué puto si no la convenció de aflojar, qué grosera la que te dice que sólo como amigos.
¡Qué vergüenza tratar a las mujeres como objetos sexuales! Pero qué buenas están las modelos de Playboy, que lástima que aquella no esté bonita. Qué asco que amamante en plena vía pública.
¡Las mujeres deben ser libres! Pero qué puta si se acuesta con tantos, que zorra por vestirse así, que egoísta por no querer ser madre, que inútil por no ser ama de casa.
¡Las mujeres deben tener igualdad de derechos! Pero ellas no piensan igual, sólo les importa verse bien. Se quejan a pesar de que les ayudamos en la casa.
¡Mueran los machos! Pero que sean ellas las que laven, planchen, cocinen, limpien, sirvan y cuiden de los niños porque yo sí trabajo y estoy cansado.
¡Sí, fomentemos la independencia, el empoderamiento! Pero ignoremos a nuestras niñas cuando nos digan que no quieren algo, son demasiado pequeñas o es un berrinche. Generemos culpa a quien no hace lo que deseamos o si no están a nuestra disposición, pero sí, que sean libres, independientes y respetadas.
Y por muchas consignas más que cubren nuestra realidad inmediata, es que la conquista social debe ser una conquista personal, cotidiana, de esa que apela al instante, al ser y a la propia experiencia.
Que la lucha sea una re significación del ser y sus sentidos, sus dinámicas más privadas y sus vínculos más inmediatos. Sólo una protesta social que apele a lo propio elevará el velo que expía nuestras culpas.